¿Cuántas veces nos hemos reído de las creencias o
proyecciones de alguien? Lo hacía muy seguido, pero la muerte de la abuela y
todo lo que se desencadenó después, fueron un detonante para replantearme …
Murió un viernes, iba en 5to grado y ese mismo día, por
coincidencia, tuve mi primera mascota. Una tortuga llamada: Josefa. Cuando
llegué al hospital, todo el mundo tenía caras largas y lágrimas en los ojos. No
sabía qué pasaba y no tenía un concepto de la muerte tan real como lo tengo
ahora.
Se acercó una tía y me dijo: Ya se fue. Yo enseguida bajé la
mirada para ver a mi nueva tortuga que, en ese tiempo, no era más grande que
una corcholata de refresco. No dije nada, sólo observaba. Mi hermano y yo estuvimos sentados todo el tiempo y, de una
forma rara, mamá se acercó y se le quedó viendo por mucho tiempo a Chepina.
Mamá nunca lloró, nunca la vi triste, en momentos hasta sonreía y yo no lo
comprendía. ¿Cómo podía estar feliz?
Familiares, rezos, lágrimas, sepulcro, último adiós. Se me
hizo eterno, yo sólo quería jugar. ¿Pueden creerlo? ¡Jugar en un funeral!
Recuerdo que hasta en el cementerio un primo y yo jugamos a las escondidas.
Los siguientes días a mi mamá le llego ese efecto retardado
de ansiedad, de llenar ese vacío que había dejado la abuela; pero curiosamente
cuando alimentaba a mi tortuga o limpiaba su pecerita, estaba feliz. Muy feliz
de hecho. Hasta hablaba con ella.
Un día puse cuidado y atención a lo que le decía a mi
tortuga. Me percaté de que le hablaba como si fuera mi abuela, le contaba cómo
le había ido en el día y cómo la extrañaba, empecé a sentirme incómodo, pensé
que estaba loca. Después de esa tortuga, siguieron otras 5 más, fueron llegando
por casualidad; regaladas, cumpleaños o las compraba.
Años después Josefa murió, se cayó de una terraza que se
supone era segura. La encontramos aún viva, pero moribunda. Murió un viernes
también. Me deprimí mucho. Mamá llegó en la noche y cuando supo, lloró
bastante, vi cómo realmente la muerte de ese animal le afectaba. Dos o tres
días aún sentía su tristeza, se sentía porque no hablaba mucho. La enterramos
debajo de un tronco enfrente de la casa, no dijimos nada, excepto cuando se
acercó mamá.
Papá, mi hermano y yo apenas nos alejábamos, cuando oí a mi
mama decir: Adiós, ma.
Juro por Dios que así lo escuche, jamás le he preguntado si
lo que oí fue verdad o yo lo inventé.
Creo que ahora entiendo por qué mamá lloró más cuando murió
la tortuga que cuando murió la abuela. No sé si el hecho ingenuo de creer que
mi tortuga era una reencarnación de mi abuela fue lo que ayudó a sobre llevar
ese término de muerte durante todos esos años. Tal vez la tortuga se compró ese
día por una razón y cualquiera que sea el término que le den a esta ridícula
proyección, sirvió de algo, para estar en paz. Para tener la capacidad de aceptar
más rápido todo y no tener que asimilarlo todo en una noche de Viernes.
Todos deberíamos
tener una tortuga que sustituya a algo o alguien, para asimilar eso a través de
los años, así no sería tan traumático, no sería tan jodido.
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